lunes, 6 de diciembre de 2010

Pelotas


En estos tiempos en los que, como ya he comentado, un cargo es sólo algo escrito en una tarjeta de visita (y en una nómina, en el mejor de los casos), no dejan de sorprenderme las actitudes que veo a mi alrededor.
Estoy en esa edad en la que no me considero ni joven ni vieja, (sino todo lo contrario), pero sí tengo la suficiente experiencia a mis espaldas como para poder afirmar, sin titubeos, que "hacer la pelota" no sirve para nada. Vamos, que no sirve para el propósito buscado. Sirve para lo contrario: a un pelota nadie, absolutamente nadie con dos dedos de frente, le respeta. Y a un pelota, a un falso adulador, nadie con cierto poder de decisión le hace caso. Ni siquiera le escuchan, diría yo.
La amabilidad y la empatía son dos cualidades que tienen que salir de dentro, de las entrañas. Si son fingidas, "cantan" más que ninguna otra cualidad. La alternativa, en todo caso, cuando no nos sale adular a quien no "tragamos", sería la diplomacia.
Pero el pelota es todo menos diplomático. Por eso, buscando el respeto, lo único que consigue es la mofa, la burla, la desconsideración y el "cuidado, que ahí viene el pelota ése".
Por eso, amigos míos, digo que no dejo de sorprenderme. Se supone que alguien de mi generación (dos años arriba o abajo) y que acumule cierta experiencia similar a la mía, debería saber que el peloteo no funciona. Que el peloteo provoca el efecto contrario al que busca.
Sin embargo, podéis creerme, porque lo estoy viviendo en mis propias carnes, que el pelota sigue existiendo y, lo que es peor, ¡sigue creyendo que es lo que funciona! El pelota del que hablo lleva diez meses utilizando esa estrategia de la falsa adulación a todo dios, sin lograr resultados. Pero es tal su orgullo de embriaguez de falso poder, que no admite otra estrategia. Ni muerto. Nunca mejor dicho, porque hay cierto tipo de pelota que antes que quitarse la venda de los ojos prefiere morir matando.
Es muy triste (patético) que todavía crea que merece nuestro respeto. El mío, desde luego, no lo tiene. Sólo pido que, en su camino hacia la tumba, se lleve los menos cadáveres posibles, cadáveres de personas subidas en su barco pero que, por no ser pelotas, no tienen ni voz, ni voto.


Nota de la Apátrida: Si es demasiado abstracto lo que digo, pido excusas. Es un desahogo.