lunes, 6 de febrero de 2012

El ególatra

El ególatra no podía perdonarse dos cosas: haber nacido "en provincias" y tener dos apellidos sumamente vulgares. Bueno, en realidad un sólo apellido repetido. Qué contrariedad. Al primer inconveniente, le buscó una solución: comprarse la ropa más cara del mercado para parecer ser de la ciudad que él consideraba "capital y ombligo del mundo", aunque eso supusiera ir vestido de payaso (el ególatra, claro está, se veía guapo, mezclando una camisa de cuadros tipo leñador con una corbata y traje...). Al segundo, optó por la manida estupidez de algunos humanos deintroducir una "Y" entre su apellido y su apellido-bis.
No sabemos si el ególatra ya nació así de gili o si se fue transformando con los años. Estaba claro que arrastraba tantos complejos que sólo podía suplirlos y taparlos a todos con uno: el de superioridad. Este complejo (el peor de todos, porque oculta uno de inferioridad tremendo) se le agravó cuando, apenas pasados los 30 años, el éxito le llegó de mano del Presidente. Con su egolatría sin fin, y a la postre como delegado en "provincias" (aunque él lo considerara capital del reino y llave), llegó a creerse que quienes se le acercaban lo hacían por su belleza e ingenio, sin sospechar, si quiera, que lo hacían por el cargo.
Fue por aquella época cuando el ególatra conoció a su perrillo faldero, alguien, sin duda, mucho más grande que él pero, en este caso, con un complejo de inferioridad que trataba de disimular introduciendo en su léxico complejos vocablos anglosajones que, cuando él creía que asombraban al interlocutor, en realidad le hacían sentir una sensación de "no tengo ni idea de lo que me estás contando". El perrillo faldero no era mal rapaz, pero tenía un defecto enorme: era hombre de ideas pero con una incapacidad innata de llevar nada, absolutamente nada, a la práctica.
Quizá fue por esa falla por la que se pegó al ególatra, confiado en que éste, con sus delirios de grandeza, fuese capaz de dar ese impulso de pasar de la cabeza a las manos que le faltaba al perrillo. Pero, ¡ay! Lo que no tuvieron en cuenta ni el uno ni el otro fue el principal y mayor "defecto" con el que nuestro ególatra nació:
creyendo que, cual Rey Midas, todo lo que tocaba lo convertía en oro, la realidad era que lo transformaba todo en podredumbre.
En consecuencia, el Presidente perdió las siguientes elecciones, pero al ególatra, ciego como estaba, no le frenó en sus aspiraciones colosales, y otro golpe de suerte le llevó a gerenciar un organismo oficial, aún más de provincias, pero que para nuestro protagonista era el súmmum del súmmum de su "capital". Está claro que los pelotas siguieron agasajándole por el cargo, aunque él seguía pensando que era por su valía. Pero, ¡ay!, como el ególatra siempre había actuado con un desprecio total a quienes le rodeaban, y a lo que le rodeaba (incluida la ley, que no entiende de narcisismos), se vio obligado a abandonar el cargo, no sin ello cobrar una importante suma de dinero...
Entonces, sabedor (eso creía él) de multitud de "contactos" que le querían por lo guapo que era (¿qué importa el cargo, si yo estoy por encima de todo eso?), se propuso jugar a ser empresario. Sin darse cuenta, claro, de que eso suponía pagar nóminas, seguridad social, impuestos, alquileres... Eso no era problema para él: con lo que valía, que era todo un genio, sus trabajadores deberían sentirse honrados y orgullosos de servirle, aunque fuera gratis.
Y así el ególatra se hizo empresario, inconsciente, claro está, de que sus manos eran el reverso a las del rey Midas. Compró, con lo cobrado, algunas empresas de cierta importancia. Una de ella, rozaba incluso la veintena de empleados (hoy, sólo tres años después, le queda uno). Pero, no contento con esto, compró más empresas.
Esas adquisiciones se produjeron casi al mismo tiempo, con una diferencia de menos de un año. Entonces, el ególatra llegó a tener bajo su mando a más de una veintena de trabajadores. Le encantaba, por aquel entonces, organizar monólogos/conferencias que –no sabemos por qué– él llamaba "reuniones y debates", aunque sólo hablaba él (¿quién iba a saber más que él?). Lo que pasa es que él no contaba con que, en medio de aquellas plantillas "heredadas", iba una mosca cojonera, de esas que dicen siempre lo que piensan y que, pese a todo, cargada de ingenuidad, "osaba" aportar ideas... Que, por supuesto, nunca eran llevadas a la práctica. El resto de trabajadores se dividía en dos: los que odiaban al "ególatra" simplemente por ser "el jefe" y los que, cuanto más maltratados se sentían, más le adoraban, en una especie de síndrome de Estocolmo sin parangón. Eran, desde luego, mediocres incapaces de pensar por sí mismos y que se engañaban por las apariencias de una chaqueta de cuero de 5.000 euros...
Entre ellos, destacaba una mujer con vocación de negra, que llevaba años pasando a ordenador las notas que, a mano –claro está– escribía el ególatra, con unos palitroques incomprensibles que, cualquiera que sepa algo de grafología, se daría cuenta de que el cerebro que envía esas órdenes a los dedos que agarran el bolígrafo no es un cerebro sano. No tenía ni idea de manejar un ordenador o un smartphone, pero eso no le impedía tener el último modelo de cada, y siempre, siempre, el más caro. Había que aparentar ser Dios. Ese afán de escribir a mano era tan ridículo que, teniendo en la mano un iPad, prefería, en sus "monólogos/¿reuniones?" escribir con rotulador en una cuaderno de esos gigante en los que se van pasando las hojas (A3 o A2), como se veía en las películas americanas de los años 50 (no sabemos, no nos consta, si el ególatra "juega a la Bolsa", pero si lo hace, a buen seguro tiene un aparatejo de aquellos prehistóricos que iban emitiendo una cinta de papel con la fluctuación de los valores).
Al poco, claro, comenzaron los problemas. Las deudas acosaban al ególatra, que no dudó en dejar de pagar a sus empleados aunque –eso sí– tenía dinero para invitar a sus "colegas" empresarios a comer, o para comprar caprichitos de 1.500 euros a sus pequeños retoños (sí, el ególatra, incomprensiblemente, estaba casado). Entonces, comenzaron los juicios, a los que el ególatra, por supuesto, no asistía (por favor... él tenía otro nivel), y, en su lugar, enviaba al perrillo faldero. Poco a poco, las empresas flaquearon tanto que se llegó al absurdo que había más "compañías" (a él le "ponía" llamarlas así) que trabajadores en total. Y, por supuesto, se generaban aproximadamente diez veces más gastos que ingresos. El ególatra no entendía como le podían decir "no" los supuestos clientes, con lo que le quería "todo el mundo" (aún no se había dado cuenta de que había sido por el cargo). Así que se fue hundiendo, hundiendo con él a cuantos le rodeaban.
Bueno, a todos no. Algunos lograron escapar a tiempo, como la mosca cojonera, que hacía auténticos encajes de bolillos para sobrevivir sin mancharse.
Cuenta la leyenda que, con los años, el ególatra acabó por hundir su "capital" de provincias, pero capital. Cuenta también que se llevó con él a la "negra" y a una niña ingenua que creía que cumplir las órdenes de un ególatra que le debía seis meses de sueldo era hacer lo correcto (suele pasar cuando no se tiene criterio). Pero, como diría Michael Ende, ésa es otra historia que debe ser contada en otra ocasión...

jueves, 18 de agosto de 2011

No hay garantías


A veces, en la vida, nos empeñamos en querer creer que estamos dentro de una película que podemos adelantar y retroceder a nuestro antojo, para ver el final (¿de qué, si no, vivirían los videntes que colapsan la tele de madrugada?).
Al ver que eso no es posible, y que en la vida no hay garantías absolutamente de nada (a veces, hasta dudo que haya garantías del propio hecho de estar vivos, y no de estar siendo soñados por alguien), nos empeñamos en querer amarrarlo todo, en querer aferrarnos a una verdad, a algo que nos dé seguridad. A algo que no existe. Y perdemos el tiempo –Dios mío, si lo perdemos– en pensar y pensar, olvidándonos de lo más importante: que estamos aquí dos días, y que hay que aprovecharlos. El peso del pasado y la obsesión por el futuro impiden a muchas personas vivir lo que tienen: el presente. Lo único que sabemos que está ahí.
Por eso, cada vez más, intento exprimir al máximo los buenos momentos, porque no tengo garantías (no las hay) de lo que esos buenos momentos van a durar.
Por eso, cada vez más, escapo de la propia condición humana, del tira y afloja, de los juegos absurdos, para mostrarme tal cual soy. Porque no quiero ocultarme. No quiero engañar. No quiero engañarme.
Es mi forma de querer. Es mi forma de ser. Es mi forma de vivir.
¿No hay garantías? Pues disfruto del tiempo que me dure, pero no perderé más tiempo en pensar cuánto me va a durar.
¿Es tan difícil de entender? SÓLO SE VIVE UNA VEZ!!!!!!!

viernes, 15 de julio de 2011

¿Por qué le llaman copago...

... cuando quiere decir que siempre pagan los mismos?


A raíz de la ley aprobada por Italia, se abre en España el debate del llamado "copago" sanitario. Pero es que ya es un debate mal planteado de por sí, por la propia palabra "copago". La partícula "co" significa que ese pago lo hacen entre varios... Pero es que yo sólo veo a un pagador: el currante.
Uno de los grandes problemas de este país es la ignorancia, y lo osada que, como es sabido, ésta es. Pero, para que veáis que tengo razón, no tenemos más que coger una de nuestras nóminas, y comprobar la falsa falacia de que en España tenemos un sistema de salud ¡¡GRATIS!! Ya hay estudios que demuestran que es de los más caros, porque lo que nos retienen mes a mes, es una barbaridad. Por no hablar de lo que paga el autónomo o el pequeño empresario por ese concepto...
Entonces, ¿quién es la otra parte del "co", si el paciente pone 10 euros ó 25 por consulta? ¡Pues él mismo! No me vale que me digáis que es el "Estado", porque el "Estado" se alimenta, precisamente, de eso: de los impuestos y retenciones. ¿A quiénes? ¡A los currantes, de nuevo!
Por eso me indigna tener en este momento puesta la tele, y que hagan una encuesta por Internet en que la pregunta es "¿Estaría dispuesto a pagar por una consulta médica?" ¡¡Pero si ya la pagamos!! Pregunta mal formulada, claro está.
Dicho esto, y llamando a las cosas por su nombre ("el doble pago", por ejemplo, sería más correcto), si en España se llevase a cabo esta práctica, la consecuencia inmediata sería la vuelta a la automedicación (si es que alguna vez la hemos abandonado). Y me explico: si a mí me duele un oído "como el año pasado", y me cobran 10 euros (a mayores) por ir al otorrino, por ahorrármelos voy a utilizar el mismo tratamiento que me dieron en aquella ocasión, pero con la diferencia de que nadie me ha explorado los oídos. Y pongo un ejemplo "inocente", pero si me duele el pecho, aunque me asuste un poco, por no ir a urgencias me tomo un antibiótico, y a lo mejor me está dando un infarto... No es ninguna broma.
La segunda consecuencia será, sin duda, un incremento de afiliados a los seguros privados. Porque, claro, si yo tengo la mala suerte de pasar cinco o seis procesos infecciosos cada invierno, ¿voy a pagar cada vez que voy a mi médico, o me compensa pagar al mes una pequeña cantidad fija, y que, además, me atiendan cuando yo quiera sin tener que soportar listas de espera infinitas?
El problema es que ni Italia, ni España, cogen el toro por los cuernos: no gestionan adecuadamente la empresa más grande de este país. Y no lo hacen, precisamente, porque ellos sí saben de quién es el dinero: es nuestro, y no suyo. Por eso, no les duele.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Aún quedan (muchas) Victorias Kent


Sí. Aún quedan Victorias Kent por el mundo, aquella diputada que defendió en Las Cortes, en 1931, la postura contraria al sufragio femenino. Y es que sí: anteayer, como quien dice, en plena República, las mujeres eran "elegibles" pero no podía elegir. La izquierda "progre" se oponía por miedo a que las mujeres votasen a los curas. (Vaya cosa... Es como si ahora el Gobierno dijese que los empresarios tienen prohibido el derecho al voto por si acaso votan al PP. En fin...). Los argumentos de Victoria Kent venían a decir, más o menos, que las mujeres no estaban "preparadas" para votar, vamos, que ellas, todas, eran analfabetas, mientras que, por lo que se ve, los hombres debían de ser todos licenciados en cuatro o cinco carreras. En su discurso, para colmo, hacía hincapié en que ella lo decía "como mujer". Aconsejo leer el discurso, porque no tiene desperdicio, sobre todo cuando afirma que lo hace "por el bien de las mujeres", porque ellas –pobriñas– no saben lo que les conviene, son tan burras, brutas e ignorantes que no tienen ni idea de lo que les conviene. Nos salió una madre paternalista. Ya veis...
Pues bueno, a lo que iba. Que sí, que hoy, 90 años después de aquello, siguen existiendo entre nosotras muchas Victorias Kent. Desde las que utilizan frases tipo "están hablando de cosas de hombres" –frase, por otra parte, que no encierra ninguna inocencia– hasta las que justifican palabras como que las mujeres de más de 40 años se incorporan al mercado laboral para "ayudar" en la economía doméstica (Adecco dixit, último párrafo página 2 y primero pág. 3). Hay muchas Victorias Kent que no conducen porque su marido les dijo que lo hacen mal, y entonces, se "acostumbraron". Hay muchas Victorias Kent que critican a una ministra que va a la guerra embarazada, pero no critican el ministro que se emborracha con el presidente de tal o cual país (mujeeeeeeer, son hombres, ya sabes). Hay muchas Victorias Kent que opinan que las mujeres ven el fútbol no porque les guste el deporte, sino porque los jugadores "están buenos". Hay muchas Victorias Kent que aprietan su minifalda para encontrar curro, no vaya a ser que su "inteligencia y falta de preparación" no sea suficiente. Hay muchas Victorias Kent que ponen la lavadora porque sus maridos han dicho un día que no entienden los botones, y en vez de explicárselo, se lo creyeron (además, el hombre trae el dinero a casa; nosotras sólo ayudamos). Hay muchas Victorias Kent, en definitiva, que cuando una mujer triunfa, se preguntan en sus adentros (las más descaradas, también en sus "afueras") con quién se habrá acostado "ésta". Hay muchas Victorias Kent que cuando ven al hombre de sus sueños con otra, la mujer en cuestión, por encantadora que ésta sea, pasa a ser "la zorra esa".
Y hay, en definitiva, muchas Victorias Kent que con ese desprecio a la mujer ocultan el desprecio que sienten por ellas mismas no como mujeres, sino como personas que sólo se creen alguien en la vida si reducen a basura al resto de las mujeres que les rodean.

Y después, ¿de verdad nos atrevemos a decir que los machistas son "ellos"?

lunes, 6 de diciembre de 2010

Pelotas


En estos tiempos en los que, como ya he comentado, un cargo es sólo algo escrito en una tarjeta de visita (y en una nómina, en el mejor de los casos), no dejan de sorprenderme las actitudes que veo a mi alrededor.
Estoy en esa edad en la que no me considero ni joven ni vieja, (sino todo lo contrario), pero sí tengo la suficiente experiencia a mis espaldas como para poder afirmar, sin titubeos, que "hacer la pelota" no sirve para nada. Vamos, que no sirve para el propósito buscado. Sirve para lo contrario: a un pelota nadie, absolutamente nadie con dos dedos de frente, le respeta. Y a un pelota, a un falso adulador, nadie con cierto poder de decisión le hace caso. Ni siquiera le escuchan, diría yo.
La amabilidad y la empatía son dos cualidades que tienen que salir de dentro, de las entrañas. Si son fingidas, "cantan" más que ninguna otra cualidad. La alternativa, en todo caso, cuando no nos sale adular a quien no "tragamos", sería la diplomacia.
Pero el pelota es todo menos diplomático. Por eso, buscando el respeto, lo único que consigue es la mofa, la burla, la desconsideración y el "cuidado, que ahí viene el pelota ése".
Por eso, amigos míos, digo que no dejo de sorprenderme. Se supone que alguien de mi generación (dos años arriba o abajo) y que acumule cierta experiencia similar a la mía, debería saber que el peloteo no funciona. Que el peloteo provoca el efecto contrario al que busca.
Sin embargo, podéis creerme, porque lo estoy viviendo en mis propias carnes, que el pelota sigue existiendo y, lo que es peor, ¡sigue creyendo que es lo que funciona! El pelota del que hablo lleva diez meses utilizando esa estrategia de la falsa adulación a todo dios, sin lograr resultados. Pero es tal su orgullo de embriaguez de falso poder, que no admite otra estrategia. Ni muerto. Nunca mejor dicho, porque hay cierto tipo de pelota que antes que quitarse la venda de los ojos prefiere morir matando.
Es muy triste (patético) que todavía crea que merece nuestro respeto. El mío, desde luego, no lo tiene. Sólo pido que, en su camino hacia la tumba, se lleve los menos cadáveres posibles, cadáveres de personas subidas en su barco pero que, por no ser pelotas, no tienen ni voz, ni voto.


Nota de la Apátrida: Si es demasiado abstracto lo que digo, pido excusas. Es un desahogo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El periodismo ha muerto


En la tele, en un canal de los nuevos de la TDT, echan "Salvador", de Oliver Stone. No es precisamente su protagonista un ejemplo a seguir, pero era periodista. "A sangre fría" (el libro o la película, me da lo mismo) es otro ejemplo de un periodista. O "Los gritos del silencio". Vamos, que podría poner cientos de ejemplos...
Pero hoy todo esto ya no existe. El periodismo ha muerto. Y necesito decirlo. Necesito decirlo por todas aquellas personas a las que estamos engañando y a las que les estamos arrebatando su derecho constitucional a la información. Necesito decirlo, aunque no con ello consiga limpiar mi conciencia. Porque me siento francamente sucia. Asquerosa, cuando pienso en lo que hago. Soy esclava. Pero no por ello tengo excusa.
Antes de la crisis, el periodismo estaba moribundo. Pero la crisis lo ha terminado de matar. Ahora, nadie es noticia si no paga. Desde el momento en que algún medio puso a los periodistas también a "vender", desde ese momento comenzó la agonía del periodismo. Desde el momento en que la publicidad y la información se han mezclado hasta el punto de que la primera aniquiló (y sí, lo digo en pasado) a la segunda, empezó la muerte lenta del periodismo.
Hoy –podéis meteroslo en la cabeza– nadie es noticia si no paga. Ya puede alguien descubrir la cura del SIDA, o encontrar vida en marte, o hallar el gen que provoca cualquier enfermedad mortal. Ya puede alguien ser un héroe y salvar miles de vidas. Ya pueden hacerlo que, si no paga, no será noticia en los medios.
En cambio, el ser más miserable, más asqueroso, más denigrante, si paga, se convierte en noticia, y se convierte en un ser admirable, altruista, ejemplo a seguir para la comunidad.
No soy catastrofista. Lo que digo es real. Y puedo poner muchos ejemplos que he tenido que padecer yo misma. Y muchos ejemplos que también he tenido que escribir yo misma, sabiendo además que con ello estoy engañando al público, ¡¡a mi público!! ¿Creo que me queda la conciencia más limpia por firmarlo como "Redacción" en lugar de "Carla Vidal"? Oh, no. No os creáis. Me siento sucia. Me siento una mercenaria de mierda. Me siento una prostituta de la información. Me da asco mi trabajo. Pero estoy atrapada.
Esta semana he perdido la esperanza. Me quedaba un atisbo de que algún día la noticia volvería a ser la esencia del periodismo. De que algún día se volvería a dar más importancia a traer una exclusiva mundial que a traer 3.000 euros de "publi" de un cliente. De que algún día la calidad de un contenido sería más valorada que la página a 1.000 euros que le he rebajado a tal o a cual empresa. Pero no. Esta semana he perdido esa esperanza. Porque si yo he tenido la suerte, todavía, de vivir el auténtico periodismo, si yo, que llevo 15 años en esto, aún he tenido oportunidad hasta hace cuatro o cinco de INFORMAR, las generaciones más jóvenes que salen de la facultad se encuentran, de golpe, con esa conversión a mercenarios de la que hablo. Y por eso, esta semana, a una auténtica periodista "de raza" la oí justificar cierta publicidad que no me parece muy apropiada, porque "si pagan, hay que sacar dinero de donde sea". "Pues podemos sacar a las putas de los anuncios por palabras, que esas sí que pagan", respondí yo. ¿La respuesta? Silencio absoluto.
Podéis estar pensando que qué morro tengo de hacer esta confesión aquí, cuando dirijo un medio. Pero no, no os engañéis. Hoy, la palabra "director" o "directora" sólo es una palabra. Hoy la capacidad absoluta y plena de decisión la tiene el editor, el empresario, el que "pone la pasta". Y ya puedes tener en tu haber tres o cuatro Pulitzer, que tu opinión no cuenta. Bueno, cuenta en la medida que eres capaz de venderle al mejor (casi diría que al peor) postor tres o cuatro páginas de publicidad. Entonces, tu opinión puede contar... No exactamente, pero al menos sabes que no te liquidarán.
Y siento la obligación moral de decir todo esto, porque los periodistas tenemos delegado por todos vosotros ese derecho a la información, y no lo estamos respetando. ¡¡No nos lo dejan respetar!! No es una excusa, pero recordad que quienes "mandan" en los medios no son periodistas, y ese derecho a la información se la trae al pairo.
Me queda un consuelo, aunque sea echar piedras contra mi tejado: gracias a las redes sociales, a los blogger, a internet en general, la gente que realmente está ávida de conocer la verdad podrá alcanzarla. Y entonces, puede que dentro de muchos años, conscientes del engaño de los medios tradicionales, les den la espalda a éstos, hasta que desaparezcan.
En ese momento, que ni siquiera sé si llegará, quizá algún periodista de verdad, de vocación, no de los que "venden" si no de los que "buscan", resucite esta profesión que, os aseguro, los años que la disfruté, aún mal pagados, valían la pena. Mucho más que este ejercicio de prostitución que hoy me veo abocada a ejercer con lo que otrora fueron "noticias"...

sábado, 20 de noviembre de 2010

La cigarra y la hormiga, versión siglo XXI


Érase una vez una cigala y una hormiga.
En pleno verano, cuando el sol apretaba, la cigarra se pasaba el día durmiendo en la playa, y dedicaba la noche a la juerga: cubata por aquí, bailoteo por allá, fiesta en casa de uno y de otro.. Vivía bien porque no pensaba en el futuro, y disfrutaba cada instante.
La hormiga, en cambio, se pasaba todo el verano trabajando y aprovisionándose para el invierno, para que el día de mañana no le faltara algo que llevarse a la boca. Cuando las cigarras iban de juerga, la hormiga no podía porque incluso el fin de semana tenía que adelantar trabajo y seguir recogiendo grano y demás alimentos. Cuando las cigarras iban de ligoteo, la hormiga optaba por quedarse sola para prepararse un cómodo futuro. Inevitablemente, la cigarra miraba a la hormiga pensando: "Esta tía está loca". Y hasta hacía chistes sobre ella, y se burlaba.
Entonces, llegó el último día del verano. La hormiga se disponía a cerrar bien su almacén, del que se alimentaría todo el invierno, cuando, de pronto, estalla una tormenta, cae un rayo sobre el almacén, y todo lo que había trabajado acaba en llamas... La hormiga no podía creerlo, pero ni con los ríos que lloró logró apagar el fuego y salvar parte de lo que había atesorado todo un verano. Cuando andaba sin saber qué hacer, se encontró a la cigarra, sobre un montón de comida, disfrutando tal cual en verano. "¿Qué ha pasado?", preguntó la hormiga. "Que mientras tú trabajabas, yo me divertía, y la tormenta de esta noche, con el temporal de viento, trajo hasta mis pies, sin yo tener que moverme, todo este granero repleto sobre el que ahora disfruto".
"¿Me das un poco de tu comida?", dijo, resignada, la hormiga. "No, ¿qué hacías mientras yo disfrutaba", le asestó la cigarra. "Pues recoger comida para el invierno", contestó la hormiga. "Pues sigue recogiendo comida", no dudó en decir la cigarra, mientras cerraba en las narices de la hormiga el portón del granero.

Moraleja: Esopo y compañía son de otros tiempos...